Científicos y analistas reconocen que golpes como la covid les obligan a ser modestos en su ambición por domesticar el futuro
La experiencia que propone la industria 4.0 elimina las distancias y fronteras convencionales. Las relaciones sociales se desvinculan de sus contextos locales de interacción para reestructurarse en un continuo en el que lo único permanente es el cambio. Como se destaca en el portal del National Center for Biotechnology Information (NBCI, Estados Unidos), el nuevo marco se superpone a los precedentes. Es de tipo envolvente y supone la superación sensorial de los límites que, hasta hace poco, parecían naturales. El espacio se ensancha y el tiempo se hiperacelera. El entramado tecnológico es más heterogéneo que nunca: teléfonos inteligentes, consolas, smart TV, ordenadores, wearables, internet de las cosas, dispositivos de realidad virtual, etc. En el plano simbólico, se conforma un imaginario colectivo que va mutando con la lectura compartida de datos, información, publicidad, contenidos de ocio, artefactos de entretenimiento…
Varios de los autores escogidos por el NBCI coinciden en que es una ficción que esta transformación tenga un carácter descentralizado, sin jerarquías. En su opinión, la alimentan precisamente las corporaciones que mandan en el nuevo escenario: Google, Facebook, Amazon, Apple, etc. Millones de sujetos y comunidades están interconectados según afinidades y gustos de manera reticular. Ellos han diluido el concepto de cultura de masas, generando una realidad superfragmentada en la que tienen cabida todo tipo de manifestaciones. Si estas voces son peligrosas, o bien susceptibles de convertirse en negocio, el sistema no duda en neutralizarlas o absorberlas, respectivamente. Como prácticamente nada es definitivo en este entorno, también los principios y valores se pueden volatilizar.
Tras la lectura de diversos artículos difundidos por la prestigiosa revista The Lancet, se constata que los cánones han existido siempre, estuviesen o no justificados teóricamente y definidos de forma explícita. Son el resultado de un proceso de selección en el que, históricamente, han intervenido instituciones públicas y minorías dirigentes. Por ello, expresan relaciones de poder y suscitan defensas apasionadas por parte de las ideologías dominantes. No son listas cerradas, sino que se re/presentan como repertorios susceptibles de modificarse con el tiempo. En épocas de caos y confusión, como la actual, es casi imposible establecer criterios de verdad, bondad, etc., por lo que se oyen voces que reclaman referencias sólidas y modelos asentados, o sea, canónicos.
Los cánones —en la cultura, pero también en otras disciplinas, como la tecnología— no son producto del azar, sino del consenso. La palabra que nos ha llegado hasta nuestros días proviene del griego ?????, vocablo que designaba una vara o caña que los carpinteros usaban para medir. Con el paso de los años, su significado se ha desplazado hasta las leyes o normas de conducta que conocemos hoy. El desastre de la Covid-19 ha fijado unos modos de proceder a partir de unos equipamientos, un software y unas aplicaciones casi universales, lo que, por cierto, ha proporcionado una seguridad tan ilusoria como pasajera. Y ha motivado que hackers y trolls —humanos y automáticos— hayan boicoteado comunicaciones, gestiones e, incluso, investigaciones.
La ciencia evoluciona en la medida en que es capaz de responder a los retos de cada época. En la actualidad, dos de las tareas más complicadas a las que nos enfrentamos a escala mundial son el control del coronavirus y la emergencia climática. Hemos aceptado que el planeta es un extenso laboratorio a disposición de la investigación, y que los científicos son sus intérpretes legítimos, los exegetas de la sociedad gaseosa. Por eso, ellos guían a los políticos y economistas en las propuestas que formulan y las medidas que adoptan. Expertos como los elegidos por los editores del NBCI o The Lancet y técnicos como los de corporaciones como McKinsey & Company son cruciales en la toma de unas decisiones que afectan a la humanidad entera.
Ellos subrayan que este disturbio de la naturaleza al que hemos llamado pandemia nos ha recordado el imperio de la incertidumbre y la imposibilidad de domesticar el futuro. Estamos en el contexto VUCA: volatilidad, incertidumbre (uncertainty, en inglés), complejidad y ambigüedad. El problema global es tan fácil de entender como difícil de seguir. Su complejidad no es nueva porque no tenga precedentes históricos, sino porque no se puede solucionar sin ocasionar una crisis comparable a la de una posguerra. Sea como fuere, la superestructura tecnológica que nos rodea en todas las esferas de la vida, esto es, la industria 4.0, nos ha permitido reducir el impacto de la catástrofe. Y lo ha hecho acelerando al máximo los contactos y las acciones que antes se desarrollaban a una velocidad inferior: en positivo, como las videollamadas entre familiares, amigos o compañeros; y en negativo, como la explosión de fake news y engaños.
Fuente: www.lavanguardia.com