La desigualdad de oportunidades, las barreras sociales y culturales para acudir a la escuela y el desarrollo de competencias globales constituyen los mayores retos educativos del futuro
No era necesaria una pandemia para darse cuenta de que la emergencia educativa es una realidad. Incluso antes de la covid-19, unos 262 millones de niños y adolescentes de todo el mundo (uno de cada cinco) no podían ir a la escuela o recibir una educación completa, debido a factores como la pobreza, la discriminación, los conflictos armados, los desplazamientos, el cambio climático o la falta de infraestructuras y docentes, según datos de UNICEF. Más allá de los confines del afamado informe PISA, y en pleno siglo XXI, el 58 % de los menores (unos 617 millones a nivel global) no alcanza las competencias básicas en matemáticas y lectura, lo que en la práctica lastra su pleno desarrollo y su capacidad para contribuir significativamente en el corazón de su comunidad.
La celebración del Día Internacional de la Educación, el pasado 24 de enero, pone de relieve las barreras que continúan existiendo a la hora de garantizar una educación equitativa y de calidad para todos; prioridades recogidas en la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. No se trata de un asunto baladí: sin la educación, no será posible romper los ciclos de pobreza, de desigualdad de género y de injusticia social presentes todavía en muchos países, y que además tienen una incidencia especial en las niñas y adolescentes.
La pandemia por covid-19 ha evidenciado la persistencia de una brecha digital que dejó a los alumnos de menores recursos económicos en una precariedad educativa extrema, pero también la necesidad de poner el foco en tres aspectos fundamentales: la obligación de mejorar el uso de la tecnología en las aulas, la importancia de una competencia global que ayude a dar sentido a esta pandemia y su impacto en nuestras vidas, y la necesidad de reevaluar nuestra manera de vivir: cómo nos movemos, comemos, consumimos e incluso la forma de relacionarnos con los demás.
La importancia de la competencia global
Desde 2018, el informe PISA mide, además del rendimiento en Lengua, Matemáticas y Ciencias, las competencias globales, que miden las habilidades para afrontar conflictos de convivencia y cuestiones globales como la pobreza, la guerra, la crisis medioambiental, el hambre o la desigualdad de género, además de competencias transversales tan relevantes como la empatía, la comunicación, la solidaridad, la multiculturalidad o la capacidad crítica. Un índice en el que (al contrario de lo que ocurre con el resto), España destaca muy por encima de la media.
Se trata, además, de un asunto de justicia social: “Si somos 7.000 millones de personas en el mundo, solamente 2.500 tenemos acceso a los servicios básicos, mientras que dos tercios de la humanidad no lo tienen”, afirma Ana Eseverri, directora de la ONG AIPC Pandora, dedicada desde hace 19 años a promover la educación global. “Pero también es necesario que los jóvenes sean conscientes y sepan diferenciar los derechos de los privilegios. Todos tenemos derecho al agua, pero beber agua potable es un privilegio; todos tenemos derechos a transportarnos, pero hacerlo en un vehículo que contamina el planeta es un privilegio; y todos tenemos derecho a la alimentación, pero comer tres veces al día es un privilegio. Que nuestros jóvenes crezcan sabiendo que lo que ellos consideran derechos son privilegios para el resto de la humanidad, genera una conciencia que permitirá que tengamos un mundo mejor”.
Un cambio de perspectiva que, para Eseverri, no podría ser más urgente y necesario. “Si seguimos viviendo ajenos a esta realidad, lo único que vamos a conseguir es intentar luchar contra las crisis que nos vengan dadas, como llevamos haciendo desde hace años; la del coronavirus ha sido una gran manifestación de ello”, esgrime. “El sistema está mal hecho, por mucho que nosotros queramos “emburbujarnos” en occidente. No se sostiene, y por eso es importante que los jóvenes tengan esa visión global, para que las fronteras de sus elecciones estén mucho más lejos de que lo están en el entorno en que los estamos educando”. Por ello, AIPC Pandora acaba de lanzar la Global Youth Academy, una plataforma de formación online sobre retos globales y asuntos urgentes como el cuidado de los océanos, la lucha por la equidad o cómo convertir las ciudades en mejores espacios de convivencia social, con el objetivo de que puedan mejorar su entorno y liderar el cambio.
Un acceso desigual a la educación
De entre todos los derechos que damos por sentados, el de la educación es quizá uno de los más importantes, y ello fue especialmente visible durante los meses iniciales de la pandemia, que ayudaron a visibilizar la existencia de una brecha digital y de una gran desigualdad en el acceso a los recursos económicos y tecnológicos. “Hemos visto colegios y barrios enteros donde las familias no tienen acceso a ordenadores, dispositivos electrónicos o Internet, porque no tienen los medios para sufragarlo; donde los jóvenes se quedaron directamente sin estudiar durante todo el confinamiento”, denuncia Eseverri. No se pone en duda el papel fundamental de la tecnología en las escuelas, sino la universalidad de su acceso. La educación a través de medios digitales, afirman desde Pandora, “consigue que los adolescentes y los jóvenes toleren lo diferente, crezcan con el intercambio y desarrollen actitudes tan demandadas por las empresas como el liderazgo, la creatividad y la empatía”.
En muchos países, la educación de los niños y las niñas dista mucho de estar garantizada. La pobreza, los conflictos armados o, en el caso de las niñas, las barreras sociales y culturales, interfieren muchas veces de forma decisiva en el acceso a una formación adecuada y en sus posibilidades de disfrutar de un futuro digno y seguro. En este contexto se desarrolla la labor de organizaciones como AIPC Pandora, que tiene desplegados proyectos en más de 60 países, a los que envían grupos de jóvenes “para que se integren en la labor real que las ONG locales realizan sobre el terreno, dando clases de inglés, apoyándoles en talleres, practicando deporte juntos y conviviendo con sus familias”, explica Eseverri.
Unas experiencias de inmersión que contribuyen a hacer entender a los jóvenes (de 13 a 18 años) cómo es el mundo que les rodea y dónde pueden estar los retos en los que ellos quieren colaborar. “Trabajamos para que, antes de los 17 años (que es cuando el cortex se vuelve ya mucho menos permeable), tengan experiencias muy positivas de sobre todo solidaridad, conciencia social y participación”, esgrime. “Para que las decisiones que puedan tomar a partir de ese momento, a nivel de estudios, de trabajo y de participación en la sociedad, tengan siempre en cuenta este aspecto solidario”.
Uno de esos proyectos tiene lugar en Kalassa (Mali), donde, con la ayuda de toda la comunidad, se construyó una escuela que les proporciona no solo educación, sino también una comida que de otra forma probablemente no tendrían. “Date cuenta de que, en la mayoría de los países en desarrollo, los niños van a la escuela no solo a estudiar, sino a comer. Los proyectos educativos de más éxito son los que dan de comer a los niños”, cuenta la directora de Pandora. “Y lo hacen dos veces: en el desayuno, para que puedan estar atentos a la clase, y en la comida, para garantizar que al menos comen dos veces”. Las mujeres son el sustento principal de la actividad de la escuela porque no solo se ocupan de la alimentación, sino que han montado un taller de costura para, además de hacer los uniformes de los niños, poder vender su artesanía y revertir todas las ventas en la escuela, y así pagar a los maestros y cubrir los demás gastos del centro.
A pesar de los evidentes beneficios del voluntariado internacional, Eseverri admite que no todos pueden sufragar los gastos que conlleva. Por eso, AIPC Pandora tiene también un programa de becas basado en la excelencia académica para jóvenes provenientes de entornos de exclusión social en España, gracias a la colaboración con organizaciones como la Fundación Tomillo, Norte Joven o el Secretariado Gitano. Unos entornos en los que, además, la cuestión de género está siempre presente, donde hay bastante machismo y la mujer está en una condición muy inferior a la del hombre. “A algunos les damos una beca para participar en proyectos internacionales, mientras que otros lo hacen en iniciativas como Oportunidad al Talento, que los lleva desde 4º de la ESO a la universidad, formándose en ciudadanía global e inglés y participando en proyectos de emprendimiento social”. Por último, Pandora también trae a España a jóvenes de otros países, que afrontan retos globales a través de las realidades locales que experimentan aquí.
“Hay muchos retos de cara al futuro, empezando por conseguir el acceso a la educación de todas las niñas”, reflexiona Marta Pérez Dorao, presidenta de la Fundación Inspiring Girls. Según UNICEF, una niña que completa la educación secundaria es seis veces menos vulnerable al matrimonio infantil “y menos susceptible al abuso y al maltrato. Una mujer económicamente independiente implica progreso para su familia y pueblo”, añade Pérez Dorao.
Derribar los estereotipos de género
A pesar de todos los esfuerzos realizados hasta la fecha, la desigualdad de género sigue siendo una realidad en nuestro país, debido en gran parte a la persistencia de los estereotipos. “Hay menos de un 30 % de mujeres matriculadas en disciplinas STEM, y mucha necesidad de ellas en las empresas tecnológicas e industriales”, argumenta Pérez Dorao. “Las niñas siguen recibiendo mucha información subliminal sobre los “trabajos de hombres” y “trabajos de mujeres”, y eso hace que, aún hoy, haya niñas que piensen que no pueden elegir lo que desean hacer porque no es de chicas”.
Evidentemente, no se trata de forzar las vocaciones, ni de hacer que estudien algo que no quieren. El problema se da cuando llegan al momento de decidir lo que quieren hacer mediatizadas por unos estereotipos que han venido matizando todas sus percepciones. “Las niñas tienen mucho desconocimiento de las profesiones del futuro y se creen menos dotadas para determinadas asignaturas como las matemáticas, lo cual se ha demostrado científicamente que no es cierto”, afirma. “Como esa niña que, conociendo a una de nuestras voluntarias, exclamó: “¡Hala! ¡Yo no sabía que las mujeres podían ser pilotos de helicóptero!”. Y otra niña pensaba que era imposible superar las pruebas para ser bombero”.
Precisamente por ello, el objetivo de la fundación Inspiring Girls es el de ayudar a romper esas barreras invisibles, visibilizando los referentes femeninos en todas las profesiones: unos modelos que existen, “a pesar de que no los vean ni en los libros de texto, ni en el cine ni en los medios”. Por eso, trabajan con los centros educativos para llevar a voluntarias que, vestidas con su indumentaria de trabajo, donan una hora de su tiempo para explicarle su vida a las niñas, a ser posible en entornos disruptivos que agranden en lo posible el impacto que se genera en las niñas. El apoyo de empresas patrocinadores hace además posible el desarrollo de proyectos como GreenPower, el diseño y construcción de un coche eléctrico que pueden acometer grupos de los colegios o grupos de amigos, pudiendo competir en un circuito de carreras. Solo en España, la fundación trabajó en 2020 con 800 colegios y alcanzó a un total de 8.370 niñas, gracias a una red de 4.800 voluntarias.
Derribar las barreras de genero tiene, además, beneficios evidentes a todos los niveles. “Estudios de entidades tan prestigiosas como Catalyst o McKinsey acreditan que las empresas con equipos directivos mixtos ganan más dinero, por lo que la igualdad de género supondría un sustancial aumento del PIB mundial”, esgrime Pérez Dorao. Y, sencillamente, porque “cualquier persona debe tener igualdad de oportunidades, conocer todas las opciones profesionales y poder trabajar en lo que le guste, desarrollando así todo su potencial”.
Fuente: https://elpais.com/